No se ha donde ir. Si desde las sábanas y sus dunas o hasta el frío de las rejillas del aire acondicionado.
Tengo contados los minutos mirando lejos los silencios de mi madre y la desconexón total en la casa.
Sólo he hablado con ella desde que llegué, seguramente para mañana recordar hacerlo un par de veces más y repetir el insalubre encanto de mis días.

He visto dos pedazos de películas que con han vuelto al abandono de la sorpresa pasada por repetirlas.
Me he visto hundido en nada a quién escribir, con quién sonreír, qué alentar y qué compartir.
El pequeño lado oscuro que veía venir con mis miedos y mis frustraciones parece un señuelo para un lugar más calmo a donde ir.
Presiento y titubeando ahora entiendo que quizá no venga ya.

Veo pinturas de colores, y colores mismos en todo lo que he fabricado.
Cual mentiritas escogidas o fotografías de recuerdos de disfraz.
¿Estaré de nuevo en ese letargo de satisfacción y jolgorio, o tal luz me hará sucumbir a la negación que ella supone?
Reviento en suspiros al lado de un polvo medicado blanco que a los pies debiera llegar.

No se puede volver a los lugares que se han estropeado.
No se puede ir a los futuros sombríos de la ausencia eterna.
La autocensura es la perspectiva más fácil para los cobardes y
la piedad es la esperanza como camino de mil ramas.