Me aterra continuar. Me avergüenza seguir y pretender que las vicisitudes sean retos por superar.
Me siento desahuciado y sucio. Enfermo, como ya estoy, con las mismas ilusiones del siempre, que recuerdan un círculo vicioso que no se superará.

 Pretendo aprender, pero lo físico del tiempo, el día a día, el comer, dormir, respirar, pensar... desconcentra. No sirve el cine, no sirve la música, ya no sé que más hacer con Welcome Home... no sirven los recuerdos inmortalizados en fotos y menos sirve el estar con los demás.

¿A quién le importas cuando ya no quieres estar?

Muero de felicidad en semanas como esta donde un viejo jefe me llama para confiarme una necesidad, donde asumí el reto de trabajar más ganando menos, o donde todo un curso me identifica como el más crítico y diferente. Pero lo que da alegrías y vida quita alma, alma porque te alegras tanto que sabes que quizás no puedas alegrarte más.

Es como observar la pecera y saber que estás dentro (La elegancia del erizo), como verte ante el filo de saltar (El regreso) o simplemente viendo la vida pasar girando en una lavadora (Mi vida en 65'). Es absolutamente horrorizante.

Yo no quiero eso. Para qué si quiera pensarlo. Me da escalofrío y tiemblo. No sé para qué puede uno importar cuando ya no se quiere. Para qué fortalecer amigos o aprender cosas como la lengua Palenquera... Uno ya bastó.

...!