Más allá del afán ególatra por mostrar qué somos, qué tenemos y qué pensamos, existe un afán existencial por dejar y transmitir en letras los fantasmas y alegrías que nos perturban e irritan.
Nací en familias modestas pero importantes en el desarrollo de si mismas. Papá y mamá abogados. Abuelo materno taxista, que con suerte tuvo al lado a una de las mujeres más maravillosas, una hija de campesinos de El Jobo, Bolívar, artista en las pelas y aguja de fino cuidado al que muchísimas recurrieron para vestir sus emociones. Abuela paterna estoica y fuerte, forjadora sola de muchos hijos que hoy agradezco sean así como son, mis tíos.
Una familia llena de templanza y fortaleza. De alegrías compartidas, de mote de queso, plátano machuca'o y yuca con suero. Con biólogos naturistas, ingenieros financieros, labradores del metal y cantantes de letanías.... mucha gente de la cual servirme de arte y humanidad.
Me tocó ser mono por los genes, por los plebeyos que inundaron el caribe del Atlántico. Con ojeras grandes de tantos libros de antepasados. Pálido por desorientados y empedrados caminos desde el río y la montaña, hasta el mar.
Con fortuna, y no exclusiva, jugué hasta el dolor de cabeza con una pelota y arena en el barrio de un pueblo hasta las 10 de la noche. Manosee LPs y Casettes con música protesta y hippy hasta infantil y rosada. Un aforismo escéptico que encierra mil historias, porque mientras la música retumbaba, las lecciones de ética y carácter, el amor por los animales y por ser el mejor, eran carrera apremiante de mi papá y de mi abuela; un complejo si búnker en donde refugiar fantasías y excentricidades.
Estudiar en colegios de monjas, amando las sopas de lentejas y la bienestarina. Colegios apartados y pobres donde con paletas celebré mis cumpleaños. Colegios con pasta limpiatípos y máquinas de escribir. Universidades con formaciones I, grupos ambientalistas y clases los sábados por la tarde. No es casualidad la locura por estar, por supervivir el pasado.
La vida me llevó a estar consciente de todo. De entender todo, de pecar por puro placer y jamás conocer lo que pasaría si actuaba o no. He sido espectador casi vouyerista de un afán sin fin de gente por vivir, amar y trascender. Pero, en lucha silenciosa, un verdugo sin tregua a las esperanzas mal formadas y superficiales.
No pude venir sólo, animales de razas y colores. Criaturas que, en su silencio me enseñaron los gestos, la razón de estar en paz, la sensación de ser pequeño y frágil. Lo que quema una ausencia, el valor por la verdad y la sinceridad, lo corto del camino y lo largo de los sueños y de los recuerdos.
Todo se respira si se quiere, los olores son los recuerdos mejor grabados que no se olvidan, el pasto verde que nos incita a escribir se corta mágicamente para que sus microesporas nos recuerden que estamos ahí, a merced del viento que se los lleve a otro lugar, a merced de la humedad que los concentre y del sol que los haga volver a explotar.
Nací en familias modestas pero importantes en el desarrollo de si mismas. Papá y mamá abogados. Abuelo materno taxista, que con suerte tuvo al lado a una de las mujeres más maravillosas, una hija de campesinos de El Jobo, Bolívar, artista en las pelas y aguja de fino cuidado al que muchísimas recurrieron para vestir sus emociones. Abuela paterna estoica y fuerte, forjadora sola de muchos hijos que hoy agradezco sean así como son, mis tíos.
Una familia llena de templanza y fortaleza. De alegrías compartidas, de mote de queso, plátano machuca'o y yuca con suero. Con biólogos naturistas, ingenieros financieros, labradores del metal y cantantes de letanías.... mucha gente de la cual servirme de arte y humanidad.
Me tocó ser mono por los genes, por los plebeyos que inundaron el caribe del Atlántico. Con ojeras grandes de tantos libros de antepasados. Pálido por desorientados y empedrados caminos desde el río y la montaña, hasta el mar.
Con fortuna, y no exclusiva, jugué hasta el dolor de cabeza con una pelota y arena en el barrio de un pueblo hasta las 10 de la noche. Manosee LPs y Casettes con música protesta y hippy hasta infantil y rosada. Un aforismo escéptico que encierra mil historias, porque mientras la música retumbaba, las lecciones de ética y carácter, el amor por los animales y por ser el mejor, eran carrera apremiante de mi papá y de mi abuela; un complejo si búnker en donde refugiar fantasías y excentricidades.
Estudiar en colegios de monjas, amando las sopas de lentejas y la bienestarina. Colegios apartados y pobres donde con paletas celebré mis cumpleaños. Colegios con pasta limpiatípos y máquinas de escribir. Universidades con formaciones I, grupos ambientalistas y clases los sábados por la tarde. No es casualidad la locura por estar, por supervivir el pasado.
La vida me llevó a estar consciente de todo. De entender todo, de pecar por puro placer y jamás conocer lo que pasaría si actuaba o no. He sido espectador casi vouyerista de un afán sin fin de gente por vivir, amar y trascender. Pero, en lucha silenciosa, un verdugo sin tregua a las esperanzas mal formadas y superficiales.
No pude venir sólo, animales de razas y colores. Criaturas que, en su silencio me enseñaron los gestos, la razón de estar en paz, la sensación de ser pequeño y frágil. Lo que quema una ausencia, el valor por la verdad y la sinceridad, lo corto del camino y lo largo de los sueños y de los recuerdos.
Todo se respira si se quiere, los olores son los recuerdos mejor grabados que no se olvidan, el pasto verde que nos incita a escribir se corta mágicamente para que sus microesporas nos recuerden que estamos ahí, a merced del viento que se los lleve a otro lugar, a merced de la humedad que los concentre y del sol que los haga volver a explotar.